Ochenta y tantos años. Hijos, nietos, una casa grande y una pequeña huerta.
Camina despacio, con sus zapatillas y su ya indispensable bastón. No va muy tiesa: la espalda ha ido cediendo al paso del tiempo, del trabajo, de las alegrías y las penas.
Llega a recoger el pan con su media sonrisa y habla del frío que hoy se ha hecho intenso: se habrán helado las judietas explica. Es lo que tiene, se acerca el invierno. (Ante la evidencia, no vale la pena dar más vueltas)
Se va con su gesto calmado, con sus años marcados en cada una de sus arrugas, con las manos curtidas, con los ojos cansados, con los huesos frágiles.
¡Nuca se queja! oigo decir a una persona joven que la mira mientras se aleja caminando y se hace cada vez más pequeña.
Cuando vemos a esos hombres y mujeres mayores que siguen transitando por la vida callada y dignamente, se nos encoge un poco el corazón pensando en que su vida no ha sido fácil y, sin embargo, han sabido conservar siempre su entereza y mirar hacia delante así, sin una queja.
Un ejemplo a seguir ...
Lección de vida la que nos propones hoy, y yo creo que es un buen ejemplo a seguir.
ResponderEliminarGracias por regalarnos tus reflexiones.
Lección de vida la que nos propones hoy, y yo creo que es un buen ejemplo a seguir.
ResponderEliminarGracias por regalarnos tus reflexiones.
Que olvidados tenemos a nuestros mayores y cuanto podemos seguir aprendiendo de ellos. Las grandes civilizaciones y culturas así lo han hecho ... miremos el futuro junto a ellos ¡¡¡
ResponderEliminarqué haríamos nosotros sin ellos!!!!
ResponderEliminarme encanta tu blog!! es diferente!!!
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