Nos gusta felicitar la Navidad con una "postal" pensada al detalle. Es -lo vereis muchas veces en mis post- la forma que tenemos en casa de demostrar a los demás que nos importan ... y mucho.
Como siempre, dejamos la idea para el último momento -esto se ha convertido también en un clásico-
En el colegio de los chicos hicimos un taller de galletas navideñas así que era fácil ¿no?
Dedicamos la primera tarde de las vacaciones navideñas a ponernos "manos a la masa".
Mientras el pequeñín de la casa dormía la siesta los mayores y yo comenzamos a preparar unas galletas de mantequilla.
A media tarde la cocina era un poema: la harina llegaba hasta el techo, la masa no acababa de cohesionar, los mayores empezaba a cansarse.
Ese es el momento en que de repete dices ¡no me lío nunca mas! ¡es que no aprendes!.
Pero, al final ... valió la pena.
Preparamos cientos de galletas con forma de estrella y aprovechamos para hacer una foto de los cocineros (Mateo encima de la mesa, rodillo y moldes en la mano) y sus hermanos al lado.
Una buena sonrisa y una dedicatoria para todos ... Dulce Navidad.
En Nochebuena y Navidad repartimos bolsitas de galletas y la foto a familiares y amigos.
...
¡No quedó ni una y ... no pensé en hacer fotos!.
El día que repitamos tarde dulce prometo acordarme de las fotos.
:, Sorprendente: mi amiga Cristina -madre de tres niñas- me llamó al recibir sus galletas ¡ella había tenido la misma idea y preparó con sus chicas unos fantásticos muñecos de gengibre tamaño XL con glaseados de colores.
Ummm estaban buenísimas y hechas con cariño saben doblemente buenas!
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